Dragones

Los dragones son creaciones de Idhal, dios del equilibrio, nacidos no para dominar, sino para preservar. Viven en Aduncar, una ciudadela colosal donde entrenan y se organizan bajo su rey y dios. Aunque eternos, algunos han abandonado Aduncar, caminando entre mortales bajo formas bípedas que ocultan su verdadera naturaleza.
No todos son benévolos ni malvados: su moral depende del momento, del ánimo, del propósito. Dentro de Aduncar existen bandos enfrentados, algunos guiados por la luz, otros por la sombra, y muchos que se deslizan entre ambos. Su historia no se mide en años, sino en eras. Y cuando uno de ellos actúa, el mundo cambia.

Apariencia física: Varía según su origen: los hay metálicos, con escamas que reflejan la luz como acero bruñido; cromáticos, teñidos por colores intensos que revelan su temperamento; y elementales, adaptados a los lugares que habitan (montañas, desiertos, glaciares o volcanes). Algunos poseen alas vastas como velas de guerra, otros cuerpos serpentinos que se deslizan entre las corrientes del aire o el agua. Sin embargo, todos comparten una presencia majestuosa, imposible de confundir cuando adoptan su forma real. Los dragones pueden cambiar a un aspecto bípedo, para caminar entre las razas menores. Pero esta transformación no altera su raza ni su sexo, lo que hace que su verdadera identidad permanezca oculta a menos que decidan revelarla. Muchos viven entre mortales sin ser reconocidos, observando, aprendiendo o simplemente esperando.
Estilo de vida: Habitan en Aduncar, una ciudadela colosal construida por voluntad de Idhal, dios del equilibrio. Allí entrenan, estudian y se organizan bajo el gobierno de su rey y creador. Aduncar no es solo un hogar: es un bastión de poder, un crisol de voluntades donde se forja el destino del mundo. Aunque creados para preservar el equilibrio, los dragones no son moralmente homogéneos. Algunos son benévolos, otros malvados, y muchos se mueven entre ambos extremos según su estado de ánimo o visión del mundo. A lo largo de las eras, algunos han abandonado Aduncar, ya sea por desacuerdo, exilio o deseo de explorar. Estos dragones errantes suelen ser impredecibles, y su presencia en el mundo exterior puede alterar el curso de eventos con solo existir.
Creencias: No siguen cultos ajenos: fueron creados por Idhal, y su devoción hacia él es más que religiosa, es estructural. Lo veneran como rey, padre y ley. Para ellos, el equilibrio no es una idea: es una orden divina. Dentro de Aduncar, esta fe se manifiesta en rituales, entrenamientos y decisiones que buscan mantener la armonía del mundo. Sin embargo, los dragones no son autómatas. Algunos cuestionan, otros reinterpretan, y unos pocos se rebelan. La fe en Idhal puede ser ferviente o distante, pero nunca indiferente.
Longevidad: Son eternos. No envejecen, no enferman, no mueren por desgaste. Su existencia solo puede terminar en combate, cuando el cuerpo es destruido por una fuerza igual o superior. Esta eternidad les otorga una perspectiva única: ven imperios nacer y caer, razas evolucionar y desaparecer, y conflictos repetirse como ecos. La muerte de un dragón no es solo una pérdida: es un evento que sacude el equilibrio, una grieta en el tejido del mundo.
Rasgos culturales: La cultura dracónica es compleja, antigua y profundamente jerárquica. En Aduncar, los dragones se organizan en bandos. Su sociedad valora la sabiduría, la fuerza, la lealtad y la introspección. El entrenamiento es constante, tanto físico como espiritual. Los dragones escriben, cantan, debaten y combaten, formando una cultura que no se basa en la acumulación de poder, sino en su propósito. Fuera de Aduncar, los dragones que caminan entre mortales lo hacen con discreción. Algunos se convierten en consejeros, otros en protectores, y unos pocos en amenazas silenciosas. Pero todos llevan consigo el peso de su raza, y allí donde se revelan, el mundo escucha.